La ventana abierta de mi alma vagabunda. Soy Yo.

La ventana abierta de mi alma vagabunda. Soy Yo.
Un poco de como se ve el mundo desde mis ojos.

domingo, 4 de diciembre de 2011

uno


            Una voz dulce y melancólica se acerca y me dice que me levante. Me levanto con la bronca hecha puño cerrado y la jeta sangrando por la piña cobarde, impune y perfecta. Porque fue perfecta, me dio y caí. Besé el pedregullo y la nariz, si es que aún la tengo, se hizo pomada. Tambaleo, quiero revancha, mis ojos buscan el agresor sin ganas de encontrarlo, con el instinto inerte del macho humillado en la esquina del barrio, su barrio. Recuerdo una canción lejana, su melodía pegadiza y nauseabunda, rocambolesca, pero no recuerdo la letra, el cantante, ni porque mierda estoy en el lugar que estoy.
Me cuentan mil con la ñata hinchada cual boxeador golpeado a pocos minutos de la última campana. Intento respirar y lo logro con la boca abierta. Jadeo y las pulsaciones se aceleran. Diviso una hermosa cara y la vergüenza me inunda de pánico.
-Me parece que te rompió la nariz –dice la belleza que me enfrenta. La de la voz dulce y melancólica. Respondo llevando mis manos al rostro y digo que no es nada.
-No duele, no duele… ¿vos bien? –logro esbozar mientras me doy cuenta que no tengo ni puta idea de a quién le estoy hablando.
-Sí… disculpa que salí rajando. Eran como veinte.
Entonces caigo, la hermosa joven tiene barba, pelito en el pecho y es Ernesto. Mi mejor amigo.

En ese momento, no supe si reír o llorar. Lo primero en estos casos suele ser más divertido, y, a pesar de ver a mi amigo con la jeta llena de sangre, empiezo a carcajear mientras Ramiro busca en su diccionario de insultos alguno apropiado para mi, quien además de huir dejándolo a merced de los skinhead, ahora se cagaba de risa.
No era precisamente ver esa nariz desbaratada lo que me daba risa, tampoco era una risa burletera; debo confesar que era mas bien una carcajada por haber salido ileso entre semejante jauría y la bobada natural después de unas cervezas y un porro.
Unas lucecitas pasajeras, azules y rojas, emergen lentamente desde el fondo de la calle y tampoco se qué es mejor, si quedarnos ahí para seguramente tener que dar por lo menos un reporte verbal a los policías, o hacernos los locos y alejarnos caminando piano. Íbamos calle abajo sin voltear a mirar para no llamar la atención intentando llegar a la avenida para tomar un taxi. Instintivamente voy buscando en mis bolsillos y sólo encuentro la moneda de un dólar que me acompaña desde hace años como moneda de la suerte. La aprieto y le agradezco por haberme salvado de la golpiza, pero al parecer la suerte no fue suficiente y descubro que no tengo ni un peso.
 -Ay marica, nos quedamos sin luca… ¿Cómo vamos a hacer? Estamos relejos.
Ramiro no decía nada porque además de los golpes en la cara, eran notables otras dolencias. El pánico va menguando y descubrir que las luces no eran de una patrulla, si no de un camión de basura, hace que después de un rato bastante agitado, por fin exhale un suspiro.

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