La ventana abierta de mi alma vagabunda. Soy Yo.

La ventana abierta de mi alma vagabunda. Soy Yo.
Un poco de como se ve el mundo desde mis ojos.

domingo, 4 de diciembre de 2011

dos

Cuando desperté, serían las cuatro de la mañana, lo sé porque aún no había amanecido y siempre amanece luego de esa hora. Ernesto dormía acurrucado en la parada y yo descansaba recostado contra una publicidad de golosinas. Busqué en la campera los cigarros sin suerte. Sólo encontré el encendedor, entonces me acerqué un poco al cuerpo de mi amigo y le saqué la cajilla sin despertarlo. Al encender el pucho y observar la remera no pude dejar de sonreír. Aquello parecía un cuadro de Jackson Pollock, violencia de manchas por todos lados. Pero cuando aún sonriendo, acaricié mi mandíbula y sentí que un diente me bailaba, no me hizo tanta gracia.
             Lo que había comenzado como despedida estaba culminando en ruinas. Ernesto lejos del aeropuerto y yo desfigurado. Teníamos que volver a casa. Lo sabía. Pero estábamos en la otra punta de la ciudad y sin un mango. Aunque lo intentáramos, no había posibilidad de subirse a un tacho, no los culpo, yo tampoco levantaría a un par de vagos destruidos a esa hora de la mañana. Montevideo comenzaba a despertarse y nosotros allí, consumiendo las últimas horas del rencuentro en una parada de ómnibus, no era justo. Pero la justicia no llega con rezos y suplicios, directamente no llega.
Comencé a filosofar sobre la justicia y luego de media hora llegué a la conclusión de que no tenía ningún sentido filosofar sobre la justicia. Por suerte en ese instante Ernesto comenzó a dar signos de vida y se movió un poco. Debíamos regresar.
-¿Estás mejor? –dijo mientras volvía del sueño.
-Me aflojaron un diente –respondí.
-¿Qué hacemos?
-Una de dos. O esperamos un ómnibus o llamamos a un amigo que vive cerca, le pido algo de guita y me arreglo un poco. Si se te ocurre otra cosa te sigo.
-No joda mano, que frío tan arrecho.
-¿Qué decís?
- Ja ja, es que así hablan los santandereanos “Arrecha la joda mano”. Pero en serio, esta haciendo un frío muy bravo. ¿Cómo dicen aquí cuando se te están congelando los huesos?
-Se me están congelando los huesos.
-Je, qué tristeza loco, me tengo que ir y siento que me faltó tiempo. Démosle. Llama a tu amigo y le dices que todo bien, yo tengo plata en la casa.
Decidimos pasar primero por la farmacia a comprar analgésicos, la noche había sido todo un éxito, eso se comprueba por la magnitud del guayabo. Yo sentía que la cabeza me estallaba, no soportaba ni el humo del cigarro de Ramiro, que por cierto, fumaba del lado bueno de su boca. A esa hora de la madrugada la gente sale a correr, la gente normal, te miran con un gesto mezclado entre misericordia, tristeza, lastima y un no se que, y pues como no, era obvio, hasta las gafas oscuras se habían perdido en el barcito aquel. Los ojos rojos reventados y desviados.
A las dos horas finalmente llegamos. La casa todavía transpiraba parranda, vivíamos en un pisito que Ramiro tenía alquilado desde que en un arrebato tardío de rebeldía se había independizado. Por fortuna el amigo con quien Ramiro compartía el lugar andaba de vacaciones y tuve un sitio donde llegar a recargar baterías para continuar mi odisea por el sur. Ramiro y yo habíamos estudiado juntos en Centroamérica, fuimos buenos amigos desde el primer momento, quizás por que éramos los únicos suramericanos o por que teníamos algunos gustos muy afines y casi siempre coincidíamos en nuestras reacciones.
Éramos los únicos capaces de ir a surfear a Cleveland sin miedo a las infecciones, normalmente dispuestos a cualquier locura. Físicamente no es que gozáramos de una salud muy digna que digamos, pero al parecer nuestro recorrido por varios países nos había enseñado el maravilloso arte de auto recetarse y aguantar cualquier suerte de cosas por las que la gente digamos “normal” suele faltar al trabajo.   Ramiro siempre tuvo más suerte con las mujeres, quizás por su habladito raro medio argentino. Aunque esa confusión fuera para él, como para cualquier uruguayo, una ofensa mayúscula.
Finalmente estábamos coronando uno de mis sueños, conocer su país, invitación que me hacía cada vez que entre copas nos dábamos largas a viajar mentalmente cada uno a su origen. Un pedazo de pizza tiesa con un tintico a lo paisa nos va distrayendo el buche mientras vemos la tele, los dos, en completo silencio.

No hay comentarios: