La ventana abierta de mi alma vagabunda. Soy Yo.

La ventana abierta de mi alma vagabunda. Soy Yo.
Un poco de como se ve el mundo desde mis ojos.

domingo, 4 de diciembre de 2011

cinco

Este tipo soy yo. Un nene de papá y mamá que vive al margen porque puede. Siempre lo tuve todo y siempre odié tenerlo todo. Con veinte años me regalaron un auto y a los veintiuno lo di contra una columna en la rambla. Fui a un colegio bilingüe, me echaron y terminé la secundaria en un liceo público de Carrasco[1]. Mamá quería que hiciera rugby para controlar mis impulsos. Fui. Estaba lleno de nabos. Desde que escupí el féretro de su padre en el velorio, Jorge no me habla. Así se llama mi padre. Nunca pensé que lo haría. Pero extraño el eterno país de los tres millones. Sus calles grises y arboladas, la comodidad de caminar por las noches sin sentirse extranjero. Subirse a un taxi y saber la dirección a la que voy, mantener una conversación con el tachero y no pensar en que me está cagando. Nunca tomé mate y me vienen enormes ganas de tomar mate aún con cuarenta grados. ¿Por qué me fui? Si en Uruguay puedo estudiar lo mismo. ¿De qué me alejo? ¿De qué me quejo? Soy un pendejo que no sabe lo que quiere. Tanto tiempo intentando huir y cuando lo logro quiero volver.
Mi abuela era polaca. Mi madre ahora también lo es. Mamá dice que debería hacer los trámites. Uruguay está en crisis, la gente emigra por necesidad y yo emigro porque sí. Porque puedo y quiero. Mis mejores recuerdos tienen que ver con la estancia del abuelo en Colonia. Los peores también. La niñez y sus recovecos. Memoria traicionera, tengo ganas de llorar. No soy gringo. No me hables en inglés, soy sudaca. Pienso en esto mientras un “guía” nos toma una foto en la frontera con Guatemala, rumbo a Tikal. Florencia arregló todo. Por más que a Ernesto le parecía un poco idiota tener que pagar para llegar, no pudo decir que no. Florencia arregló todo y pagó todo. Es su cumpleaños, nos enteramos hace veinte minutos, ella es así. Te regala un regalo el día de su cumpleaños. Te pide un abrazo y cuando preguntas el motivo te dice que cumple años.
Un grupo de descendientes de los mayas con remeras nike intenta subsistir de los frutos del río y un grupo de turistas desde la camioneta le saca fotos. Ernesto me mira con cara de no tendríamos que estar aquí y Florencia le estampa un beso. Ernesto me mira y sonríe con cara de quizás deberíamos estar aquí. Mañana debo entregar una monografía. Nunca la entregaré. Igual estoy tranquilo. Mientras pague, la beca continúa firme. No sé como mierda hizo pero Ernesto terminó la suya. El polvo pega contra la ventanilla. No aguanto más el calor. El noruego que se sentó a mi lado hiede que da miedo. Me parece que no entiende un pomo de español. Me dan ganas de comenzar a hablar en español con Ernesto y tomarle el pelo.
-Me parece que no entiende nada el que te dije. Para peor hiede de lo lindo –le digo un poco rápido.
-Hoy no –detiene la joda Florencia antes de que comience. 
Comienza la “expedición” y me retraso un poco dejado a la pareja libre. A mi lado una libanesa que no venía en la camioneta me pregunta sobre lo que dice el guía. Le pregunto si habla español y responde moviendo la mano en gesto confuso. Se me complica para traducirlo. Su horrible inglés y mi oxidado conocimiento sobre el idioma complican el trabajo. Hago todo el esfuerzo posible, la libanesa es realmente hermosa. Ella ríe. No sé si por mi torpeza o por los chistes que intento mechar en la surrealista conversación. Pero ríe y es lo que importa. Subimos a una de las torres por una escalera de madera construida a un lado de la original de piedra y enormes bloques. Están restaurando las ruinas. Sólo hay lugar para uno por vez y voy a la delantera. Detrás de mi la libanesa y abajo Florencia y Ernesto que prefieren no subir. Tengo vértigo. Me pregunto si será seguro y prefiero no preguntar mucho. Arriba algunos gritan esperando que vuelva el eco. Al llegar a la cúspide la ayudo un poco mientras pienso que tendría que haberla dejado subir primero para contemplarla desde otra perspectiva. Sonríe. No hablamos, saludo cual niño a mis amigos desde la altura pero no me ven y quedo como un tarado. Ella sonríe.
Bajamos, ahora sí, ella primero, pero lo único que contemplo es un cuerpo que tambalea por la pequeña escalera que incrementa mi vértigo. Ya en tierra firme Ernesto intuye que estoy trabajando con fineza a la joven y me incentiva a proseguir confirmando su belleza. Eleva el dedo pulgar y me agrando. La libanesa saca de su mochila un poco de repelente y me lo presta. Los mosquitos me destrozaron las piernas. El calor no se banca. ¿Sensación térmica? Cincuenta grados a la sombra. Volvemos a caminar y vuelvo a mi trabajo artístico de seducción traductora. El guía está tan lejos que apenas escucho lo que dice, a esta altura ya invento la mitad de lo que digo. Ella comienza a sospechar pero su sonrisa me dice que no importa. Esa sonrisa es de otro mundo. Me olvido por un segundo de Tikal, de Petén, de la selva, del guía, la excursión, de mis amigos y me concentro en unos labios que sonríen. Freno bajo la excusa de atarme los cordones, ella aguarda a mi lado. Me paro. Tengo la sensación de que la voy a cagar. No sé si es muy arriesgado o muy estúpido besarla luego de hacer el nudo pero ya es demasiado tarde. La beso y creo que estuve bien. Me equivoco. Su cara pálida así lo indica. Estoy incómodo. Ella sonríe y vuelve al grupo. Me siento estúpido. Venía bien y la cagué.
Florencia y Ernesto me confirman que se cansaron del guía. Nos separamos del grupo y hacemos nuestro propio recorrido. Pájaros por todos lados, mosquitos y mosquitos. Un mapa nos guía y aunque creo que estamos perdidos no es grave. Al fin y al cabo no deja de ser un parque rodeado de turistas irrumpiendo en la historia de una civilización que no le pertenece.  Nos ubicamos al observar la Torre IV, o Templo IV, la más grande. Florencia nos guía, tengo bruta sed. ¿Cómo mierda habrán hecho? No se puede levantar una ciudad de la nada. No se puede cortar una piedra de forma tan perfecta. Parece mentira, las reconstrucciones de las ruinas están en peores condiciones que las originales. 
-¿Subimos? –pregunta Florencia y comienza a escalar.
-Antes un pucho –respondo y Ernesto me pide un cigarro.
La energía de Florencia nos impulsa a seguirla ni bien encendemos los cigarrillos. La imagen decadente de Ernesto con el pucho en la boca mientras sube y mi transpiración pintando el pecho de la remera dando esporádicas pitadas no se corresponde con el aura mágica y natural del entorno. Un gordo gringo que desciende nos mira con ojos de a mi también me trajo mi mujer. Llegamos. Un tipo nos dice que no se puede fumar. Ernesto responde que no fuma con la colilla en la boca. Sentado a su lado, con pequeñas nubes en el horizonte que se mezclan con los árboles y las cúpulas de las torres, me doy cuenta. Nunca tuve amigos. Siento que Ernesto es lo más cercano al concepto que tengo y que Florencia es un oasis. Le pido a Florencia la foto, la miro, la guardo y les digo que la guardaré por un tiempo. Nuestro grupo aparece escalando hacia la cúspide. Al frente el guía, en la retaguardia la libanesa y a su lado el noruego gesticulando de forma exagerada.      


[1] Barrio residencial de Montevideo.

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