La ventana abierta de mi alma vagabunda. Soy Yo.

La ventana abierta de mi alma vagabunda. Soy Yo.
Un poco de como se ve el mundo desde mis ojos.

domingo, 4 de diciembre de 2011

seis

Soy partidario de la ley del más fuerte, lo malo es que normalmente los hijos de los más fuertes son los débiles, a quienes siempre odie. Obviamente, tenerlo todo cuando eres un niño debe ser divertido pero te hace tonto. Crecí en medio de ladrones, en calles oscuras, en barrios de invasión donde es más importante tener un equipo de sonido que una nevera. ¿Para qué? Si la comida se compra al día. Crecí en barrios donde aprendes a vivir un día a la vez. Desde muy pequeño entendí lo que significa lealtad, aprendí que quien come callado come dos veces. Te vuelves dueño de la noche antes de pensar en tener novia, las novias llegan solitas y prefieren los niños malos.
Estudie en escuela pública, siempre fui tres o cuatro años menor que los demás del curso. Esto era bueno y malo pero hasta mucho tiempo después no lo entendería. Siempre fui la mascota de las niñas, ellas notaban que los hombres no me aceptaban en sus grupos por mi corta edad, creo que por eso fui tan buen estudiante, el favor que me hicieron todas estas niñas al acogerme es algo que agradeceré toda la vida. Yo era, por ejemplo, quien entregaba las notas anónimas de amor, obviamente no tan anónimas por que siempre fui leal a mi genero y los destinatarios aprendieron a cuidar mi espalda a cambio de información muy valiosa. Desde niño aprendí el difícil arte de la conspiración. Aunque aprendí lo valioso de pertenecer a un grupo, también y gracias a un par de palizas, aprendí que se debe aprender a caminar solo.
Siempre odie a los tipos como Ramiro, por su puta suerte, porque mientras yo jugaba halando un carrito de plástico por las cuestas lodosas de mi barrio, los niños como él, faroleaban con carros de baterías en los parqueos planos de sus conjuntos. Mientras trabajaba desde los quince para pagar la renta, los hijos de mis jefes babeaban estrenando juegos de video o paseando en sus autos nuevos con las mujeres con quien yo soñaba mientras me masturbaba.
Gracias al amor infinito de mi madre, aprendí a ganarme el dinero honradamente, aunque me hubiera gustado ser tan bandido como los amigos con quienes crecí. A estas alturas ya no importa que no quedemos muchos, sus vidas fueron cortas, pero intensas. Definitivamente hubiera preferido ser como Ramiro, mi odio hacia ellos no era más que impotencia. Quizás por eso con él hice una enorme excepción y no me arrepiento. Nos complementamos, somos lo que cada cual quiso y no pudo.
Mientras veo la foto recuerdo al amor de mi vida, había prometido jamás hablar de ella pero la cerveza, el cigarro y los recuerdos transforman la atmosfera. No recordaba ese día pero ver esas tres sonrisas tan inocentes me transportó a lo sublime de ese momento. Se había pintado el pelo de rojo, estaba divina. Llevábamos poco de novios pero ella lo hacía mágico, nunca me habían tratado con tanta ternura, su entrega era absoluta. Prácticamente vivíamos juntos, una locura de amor desesperado. Ella fue mi todo. Yo lo arruiné.
Algo en mi no permitía que me dejara llevar del todo por ese sentimiento, el amor a esos niveles me había sido siempre ajeno, lo veía como quien ve una película pensando que es posible, pero que nunca pasaría de ser nada más que eso. Un pedazo de celuloide. Sin embargo ella hacía que me hundiera sin miedo al ahogo, por ella empecé a reír sin miedo al ridículo, por ella quise más a mi amigo, por ella la mediocridad dejó de ser costumbre y la cambie por el mal habito de ser el mejor en la universidad.
Ramiro me arranca la foto de golpe, me da una cachetada y dice sonriendo:
-¿No la habías olvidado?
No se si la jeta destrozada es lo que me detiene a prenderlo a golpes, o que todavía estoy en una nube pensando en la única mujer que me cagó esta vida y la otra. Algo es obvio, no sólo no la olvidé, si no que la herida sigue sangrando y esa foto es acido en carne viva.

Me alejo con la foto aferrada y la mirada cansada de Ernesto comiéndome la nuca. ¿Por qué le mostré la foto? No era el momento. El alcohol tiene estas cosas, te pone en situaciones incómodas sin que te sientas incómodo. Te obliga a actuar sin preámbulo, por momentos hace que reine el inconciente y por momentos te hace vomitar. Guardo la foto y encuentro una carta olvidada en el fondo del cajón. Los sentimientos se confunden y cierro el cajón antes de mandarme otra cagada.  Escucho las voces de la ciudad que se filtran por la ventana. Ómnibus que pelean contra los años por no hacer ruido y no pueden, saludos aislados, persianas de metal que se elevan para descubrir el nuevo día y mujeres con carteras aferradas a sus brazos que no puedo ver pero imagino. Despejo las cortinas, abro las ventanas y respiro el hollín que mata y da vida.
            La oscuridad se desvanece y el cuarto muestra sus manchas de humedad como trofeo. Ernesto se acerca, escucho sus pasos por el pasillo hasta que me encuentra con el ojo destartalado perdido en la ciudad. Se apoya contra el marco que señala que allí alguna vez hubo una puerta, saca un cigarro y me tira amablemente la caja sin que se la pida. El sonido seco de la cajilla al golpear contra el suelo, dibuja una sonrisa en el rostro de mi amigo alejándome del trance. 
            -¿Volviste a verla? –pregunto dándome cuenta de que, otra vez, la estaba cagando.
            -¿Importa?
            -Claro que importa, a mi me importa.
            -Ahora no Ramiro, otro día. 

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