La ventana abierta de mi alma vagabunda. Soy Yo.

La ventana abierta de mi alma vagabunda. Soy Yo.
Un poco de como se ve el mundo desde mis ojos.

sábado, 31 de diciembre de 2011

Poema: Lo peor del amor Año: 2000 Letra: Joaquín Sabina

Lo peor del amor cuando termina
son las habitaciones ventiladas,
el puré de reproches con sardinas,
las golondrinas muertas en la almohada.
Lo malo del después son los despojos
que embalsaman al humo de los sueños,
los teléfonos que hablan con los ojos,
el sístole sin diástole sin dueño.
Lo más ingrato es encalar la casa,
remendar las virtudes veniales,
condenar a la hoguera los archivos.
Lo peor del amor es cuando pasa,
cuando al punto final de los finales
no le quedan dos puntos suspensivos…
#aquiencorresponda

jueves, 29 de diciembre de 2011

TU VENENO


Gracias de nuevo a Martica y su paciencia eterna... Aquí les dejo esta inspiración pueril q deriva quizás en otra dedicatoria sin respuesta. Pero para q sea dedicatoria, desempolvada o no deberia llevar destinatario. Pues bien #aquiencorresponda

Un viejo temor inconfesable guardo en mi alma
y estas ganas de amarte que me desgastan
Una vela trasnochada, la vida manda
y esta quietud desvelada que a veces cansa.

Como tenerte otra vez eternamente
si tu presencia en mis venas ya no se siente
Y ese recuerdo en tu almohada ya se evapora
de las veces q nos amamos q no fueron pocas

Hoy solo espero haberte envenenado tanto

Y tu rostro a la vez tan lívido, hoy me hace falta
ya me ha vencido lo oscuro y sin tu magia
Es que tu ausencia tan dura q en serio mata
y desaparece el sol de la mañana.

Tal vez me ayude estar borracho
a borrar el tibio de tus labios
y un ritual adecuado para envenenarte tanto...
o es que acaso soy el Diablo para saber tanto.

o es que acaso soy el Diablo para saber tanto.

domingo, 4 de diciembre de 2011

siete

Otro día. Otra navidad sin árbol ni regalos. Luego de hablar con mamá, me di cuenta que la distancia mejora los recuerdos y empobrece la comunicación. Al menos eso me pasa a mi. Ella hablaba de Montevideo y yo viajaba a Montevideo y los rincones perdidos de sus calles aparecían para decirme que la ciudad, es lo único que nos conecta, poco le importa a ella Florencia, una joven de la cuál, conoce sólo el nombre. Y a mi, que nunca me interesó la hipocondríaca tía Nora, no hace más que sacarme una sonrisa, saber que la tía murió, y que el sepelio se postergó hasta el 26 de diciembre.
Ernesto yace a mi lado en estado etílico con los brazos aferrados a mis piernas. En esa posición se mantiene, sin moverse, aparentemente dormido. Mientras hablaba por teléfono no podía dejar de pensar en el vómito que pinta mis botas, un poco por miedo a que se hubiera ahogado y otro poco por miedo a que se filtrara por las medias. El apartamento que consiguió Ernesto, parte de la beca, es pequeño y amigable. Hace un tiempo ya que me viene tentando la idea de mudarme aquí. Pero no digo nada y espero a que me inviten. Ernesto continúa inmóvil y yo en idéntica posición, con brazos como cadenas en los pies. Alguien golpea la puerta y me quedo quietito, casi no respiro, vuelve otra vez el golpeteo y, aunque una pared me obstaculiza la puerta, logro escuchar el inconfundible sonido del sobre deslizándose por lo bajo.
-Ernesto –digo y le muevo un poco la cabeza.
-Ernesto –repito y muevo un poco mis piernas.
Así paso un tiempo, llamándolo sin obtener respuesta, hasta que me canso y olvido el motivo del llamado. Los ojos se me nublan y viajo al pasado, o al futuro, no sé en realidad a dónde viajo, pero lo hago. Los sueños son así, nubes melancólicas que apaciguan el cuerpo y perturban la conciencia. Al menos eso decía la tía Nora.

-El mundo esta pensado para personas solitarias y derechas… No derechas políticamente hablando Ramirito. Dios, o dios, q al final es lo mismo. Es el egoísta mas grande q jamás se haya auto inventado.
-Acaban de dejar algo debajo de la puerta.
-No importa, no me importa nada. ¿Acaso yo le importo a alguien? La gente cree q se acompaña y forma pequeñas manadas impenetrables supuestamente, disque familias. El señor se pavonea por la mísera sala con una botella de guaro en la mano mientras en lugar de hablar balbucea ene estupideces, luego prende la Única tele q hay en la casa, o sea, su casa, enciende el único radio q hay en su casa y en la tele pone un partido de futbol, el tan famoso clásico, America del Cali Vs Deportivo Cali en el estadio Pascual guerrero, y en la radio pone la emisora donde en “CONTADOS INSTANTES, AMANTES DEL CLASICO VALLECAUCANO SE ENFRENTARAN ESTOS GLORIOSOS EQUIPOS DEL FUTBOL NACIONAL” y mientras en la tele vemos entrar  los jugadores a la cancha, unos de verde y otros de rojo, en la radio escuchamos la canción de Grupo Niche q en coro pero muy desafinado con el tono ebrio del señor de la casa, cantan… “un clásico en el pascual, adornado de mujeres sin par, America y Cali a ganar, aquí no se puede empatar” La esposa del señor en mención obviamente es una caleña de esas sabrosas, piel canela con cuerpo de guitarra, pero el tipo después de escasos 6 años de vivir con ella, ni la voltea a mirar. Ella en su habitación con un niño pequeño sentado en las piernas mientras teje con aguja de croché un vestidito para su próxima hija q nunca nacerá aunque esto nadie lo sabe aun. Se levanta y le lleva un vaso de agua al señor de la sala obedeciendo un no muy amable pero obligatorio pedido.
-¿Qué mierdas estás hablando Ernesto? nunca te había visto tan borracho y tan idiota.
  -¿Y de q le sirvió a la señora aguantarse a este cabron? De nada, ni mierda. La niña nunca nació por q el señor este a quien yo  le decía papá, la golpeo y la hizo abortar una noche en q ella se atrevió a reclamarle por una de esas aventuras con cualquiera. Yo me quede siendo hijo único y mi madre envejece solita.
¿Y de q me sirvió a mi no cometer los mismos errores de mi padre? De nada, ni mierda.
Y a ti weon. ¿ De q te sirve tener tanto dinero y unos padres pudientes, si tienes q estar aquí, en navidad, escuchando a este pobre idiota borracho, lamentándose de nuevo por su vida?

Y ya para quedarme callado, por q ya te vi la carita de aburrido q te aseguro va cambiar con lo q te voy a decir. ¿De q me sirvió quererlos tanto a los dos? Dime Ramirito ¿De q putas me sirvió? Si al menor descuido le hundiste la verga a la mujer de mi vida y ella pensado en mí, tal vez, supongo, tenia uno y otro y otro orgasmo meciéndose encima tuyo.
Par de hijueputas.

En ese momento una extraña lucidez invadía mi cuerpo tambaleante y desafiante ante un Ramiro estupefacto sentado en la cama al lado de mi sombra q era proyectada sobre su lado izquierdo, como si fuera ella en ese momento el lado oscuro de su conciencia quien le reclamaba y no yo. Eso es lo bueno de estar borracho, uno dice lo q tiene q decir y ya.

-Y tú. ¿Cuántas botellas tienes q tomarte para contarme lo q ya se desde hace tanto tiempo?


Preferí no esperar la respuesta, me fui tambaleando pero un poco más consciente, era como si con toda esa palabrería hubiese vomitado el alcohol también. Me sentía libre y la satisfacción de haber dicho lo q un día prometí no decir me daba un aire nuevo, de repente sentí ganas de acostarme con una puta. Tuve ganas de sexo, de sexo cochino. Tenía q buscar en la calle una puta de color, una morena, o negra. Todo menos una pelirroja de pezones rosados. Cualquiera q estuviera lo más lejos posible de la imagen de mi Florencia. Me sentía hipócrita, me sentía perverso y lo estaba disfrutando. A pesar de mi bien conocida misoginia, esta noche buscaría una puta para fornicar. Era el preso q esta noche salía a la libertad después de un prolongado encierro y habido de mujer.

A dos eternas calles de donde mi amigo del alma quedo pensando en q decir, encontré mi destino. La morena más deseable q jamás había visto. 







-Un poco de tristeza não tem fim, Un poco de felicidade sim, y mucho de belleza inútil para mi para mi pasión…


Voy cantando mientras salgo del baño.

-Despierta garota ricota. Te acabo de cantar lo único q se en Portugues. Es de Fito ¿ Lo has escuchado?

La mujer permanece inmóvil y con media nalga destapada. Viendola mejor no es tan provocativa como la vi anoche. Pienso q lo mas conveniente es q siga durmiendo. Me visto, busco un cigarro inútilmente y recuerdo q Ramiro se quedó con ellos la noche anterior y de paso recuerdo q dije mas de lo q debía. Busco en la cartera de la puta mientras la miro mas detenidamente, me hago a un lado y con la luz q se filtra por las persianas polvorientas de ese motelucho, observo para mi desgracia q la negra es horrible. Con disimulada honestidad le robo solo un cigarro, mejor dos. Enciendo el primero y el otro lo pongo detrás de la oreja. Vuelvo a mirar a la puta, no puedo creerlo, es realmente fea, asi q prefiero quedarme con la imagen de su culo destapado q es lo ultimo q veo mientras cierro la puerta del cuartucho ese.

Afuera parece mediodía pero no se q hora es. No se donde putas dejé mi reloj.

seis

Soy partidario de la ley del más fuerte, lo malo es que normalmente los hijos de los más fuertes son los débiles, a quienes siempre odie. Obviamente, tenerlo todo cuando eres un niño debe ser divertido pero te hace tonto. Crecí en medio de ladrones, en calles oscuras, en barrios de invasión donde es más importante tener un equipo de sonido que una nevera. ¿Para qué? Si la comida se compra al día. Crecí en barrios donde aprendes a vivir un día a la vez. Desde muy pequeño entendí lo que significa lealtad, aprendí que quien come callado come dos veces. Te vuelves dueño de la noche antes de pensar en tener novia, las novias llegan solitas y prefieren los niños malos.
Estudie en escuela pública, siempre fui tres o cuatro años menor que los demás del curso. Esto era bueno y malo pero hasta mucho tiempo después no lo entendería. Siempre fui la mascota de las niñas, ellas notaban que los hombres no me aceptaban en sus grupos por mi corta edad, creo que por eso fui tan buen estudiante, el favor que me hicieron todas estas niñas al acogerme es algo que agradeceré toda la vida. Yo era, por ejemplo, quien entregaba las notas anónimas de amor, obviamente no tan anónimas por que siempre fui leal a mi genero y los destinatarios aprendieron a cuidar mi espalda a cambio de información muy valiosa. Desde niño aprendí el difícil arte de la conspiración. Aunque aprendí lo valioso de pertenecer a un grupo, también y gracias a un par de palizas, aprendí que se debe aprender a caminar solo.
Siempre odie a los tipos como Ramiro, por su puta suerte, porque mientras yo jugaba halando un carrito de plástico por las cuestas lodosas de mi barrio, los niños como él, faroleaban con carros de baterías en los parqueos planos de sus conjuntos. Mientras trabajaba desde los quince para pagar la renta, los hijos de mis jefes babeaban estrenando juegos de video o paseando en sus autos nuevos con las mujeres con quien yo soñaba mientras me masturbaba.
Gracias al amor infinito de mi madre, aprendí a ganarme el dinero honradamente, aunque me hubiera gustado ser tan bandido como los amigos con quienes crecí. A estas alturas ya no importa que no quedemos muchos, sus vidas fueron cortas, pero intensas. Definitivamente hubiera preferido ser como Ramiro, mi odio hacia ellos no era más que impotencia. Quizás por eso con él hice una enorme excepción y no me arrepiento. Nos complementamos, somos lo que cada cual quiso y no pudo.
Mientras veo la foto recuerdo al amor de mi vida, había prometido jamás hablar de ella pero la cerveza, el cigarro y los recuerdos transforman la atmosfera. No recordaba ese día pero ver esas tres sonrisas tan inocentes me transportó a lo sublime de ese momento. Se había pintado el pelo de rojo, estaba divina. Llevábamos poco de novios pero ella lo hacía mágico, nunca me habían tratado con tanta ternura, su entrega era absoluta. Prácticamente vivíamos juntos, una locura de amor desesperado. Ella fue mi todo. Yo lo arruiné.
Algo en mi no permitía que me dejara llevar del todo por ese sentimiento, el amor a esos niveles me había sido siempre ajeno, lo veía como quien ve una película pensando que es posible, pero que nunca pasaría de ser nada más que eso. Un pedazo de celuloide. Sin embargo ella hacía que me hundiera sin miedo al ahogo, por ella empecé a reír sin miedo al ridículo, por ella quise más a mi amigo, por ella la mediocridad dejó de ser costumbre y la cambie por el mal habito de ser el mejor en la universidad.
Ramiro me arranca la foto de golpe, me da una cachetada y dice sonriendo:
-¿No la habías olvidado?
No se si la jeta destrozada es lo que me detiene a prenderlo a golpes, o que todavía estoy en una nube pensando en la única mujer que me cagó esta vida y la otra. Algo es obvio, no sólo no la olvidé, si no que la herida sigue sangrando y esa foto es acido en carne viva.

Me alejo con la foto aferrada y la mirada cansada de Ernesto comiéndome la nuca. ¿Por qué le mostré la foto? No era el momento. El alcohol tiene estas cosas, te pone en situaciones incómodas sin que te sientas incómodo. Te obliga a actuar sin preámbulo, por momentos hace que reine el inconciente y por momentos te hace vomitar. Guardo la foto y encuentro una carta olvidada en el fondo del cajón. Los sentimientos se confunden y cierro el cajón antes de mandarme otra cagada.  Escucho las voces de la ciudad que se filtran por la ventana. Ómnibus que pelean contra los años por no hacer ruido y no pueden, saludos aislados, persianas de metal que se elevan para descubrir el nuevo día y mujeres con carteras aferradas a sus brazos que no puedo ver pero imagino. Despejo las cortinas, abro las ventanas y respiro el hollín que mata y da vida.
            La oscuridad se desvanece y el cuarto muestra sus manchas de humedad como trofeo. Ernesto se acerca, escucho sus pasos por el pasillo hasta que me encuentra con el ojo destartalado perdido en la ciudad. Se apoya contra el marco que señala que allí alguna vez hubo una puerta, saca un cigarro y me tira amablemente la caja sin que se la pida. El sonido seco de la cajilla al golpear contra el suelo, dibuja una sonrisa en el rostro de mi amigo alejándome del trance. 
            -¿Volviste a verla? –pregunto dándome cuenta de que, otra vez, la estaba cagando.
            -¿Importa?
            -Claro que importa, a mi me importa.
            -Ahora no Ramiro, otro día. 

cinco

Este tipo soy yo. Un nene de papá y mamá que vive al margen porque puede. Siempre lo tuve todo y siempre odié tenerlo todo. Con veinte años me regalaron un auto y a los veintiuno lo di contra una columna en la rambla. Fui a un colegio bilingüe, me echaron y terminé la secundaria en un liceo público de Carrasco[1]. Mamá quería que hiciera rugby para controlar mis impulsos. Fui. Estaba lleno de nabos. Desde que escupí el féretro de su padre en el velorio, Jorge no me habla. Así se llama mi padre. Nunca pensé que lo haría. Pero extraño el eterno país de los tres millones. Sus calles grises y arboladas, la comodidad de caminar por las noches sin sentirse extranjero. Subirse a un taxi y saber la dirección a la que voy, mantener una conversación con el tachero y no pensar en que me está cagando. Nunca tomé mate y me vienen enormes ganas de tomar mate aún con cuarenta grados. ¿Por qué me fui? Si en Uruguay puedo estudiar lo mismo. ¿De qué me alejo? ¿De qué me quejo? Soy un pendejo que no sabe lo que quiere. Tanto tiempo intentando huir y cuando lo logro quiero volver.
Mi abuela era polaca. Mi madre ahora también lo es. Mamá dice que debería hacer los trámites. Uruguay está en crisis, la gente emigra por necesidad y yo emigro porque sí. Porque puedo y quiero. Mis mejores recuerdos tienen que ver con la estancia del abuelo en Colonia. Los peores también. La niñez y sus recovecos. Memoria traicionera, tengo ganas de llorar. No soy gringo. No me hables en inglés, soy sudaca. Pienso en esto mientras un “guía” nos toma una foto en la frontera con Guatemala, rumbo a Tikal. Florencia arregló todo. Por más que a Ernesto le parecía un poco idiota tener que pagar para llegar, no pudo decir que no. Florencia arregló todo y pagó todo. Es su cumpleaños, nos enteramos hace veinte minutos, ella es así. Te regala un regalo el día de su cumpleaños. Te pide un abrazo y cuando preguntas el motivo te dice que cumple años.
Un grupo de descendientes de los mayas con remeras nike intenta subsistir de los frutos del río y un grupo de turistas desde la camioneta le saca fotos. Ernesto me mira con cara de no tendríamos que estar aquí y Florencia le estampa un beso. Ernesto me mira y sonríe con cara de quizás deberíamos estar aquí. Mañana debo entregar una monografía. Nunca la entregaré. Igual estoy tranquilo. Mientras pague, la beca continúa firme. No sé como mierda hizo pero Ernesto terminó la suya. El polvo pega contra la ventanilla. No aguanto más el calor. El noruego que se sentó a mi lado hiede que da miedo. Me parece que no entiende un pomo de español. Me dan ganas de comenzar a hablar en español con Ernesto y tomarle el pelo.
-Me parece que no entiende nada el que te dije. Para peor hiede de lo lindo –le digo un poco rápido.
-Hoy no –detiene la joda Florencia antes de que comience. 
Comienza la “expedición” y me retraso un poco dejado a la pareja libre. A mi lado una libanesa que no venía en la camioneta me pregunta sobre lo que dice el guía. Le pregunto si habla español y responde moviendo la mano en gesto confuso. Se me complica para traducirlo. Su horrible inglés y mi oxidado conocimiento sobre el idioma complican el trabajo. Hago todo el esfuerzo posible, la libanesa es realmente hermosa. Ella ríe. No sé si por mi torpeza o por los chistes que intento mechar en la surrealista conversación. Pero ríe y es lo que importa. Subimos a una de las torres por una escalera de madera construida a un lado de la original de piedra y enormes bloques. Están restaurando las ruinas. Sólo hay lugar para uno por vez y voy a la delantera. Detrás de mi la libanesa y abajo Florencia y Ernesto que prefieren no subir. Tengo vértigo. Me pregunto si será seguro y prefiero no preguntar mucho. Arriba algunos gritan esperando que vuelva el eco. Al llegar a la cúspide la ayudo un poco mientras pienso que tendría que haberla dejado subir primero para contemplarla desde otra perspectiva. Sonríe. No hablamos, saludo cual niño a mis amigos desde la altura pero no me ven y quedo como un tarado. Ella sonríe.
Bajamos, ahora sí, ella primero, pero lo único que contemplo es un cuerpo que tambalea por la pequeña escalera que incrementa mi vértigo. Ya en tierra firme Ernesto intuye que estoy trabajando con fineza a la joven y me incentiva a proseguir confirmando su belleza. Eleva el dedo pulgar y me agrando. La libanesa saca de su mochila un poco de repelente y me lo presta. Los mosquitos me destrozaron las piernas. El calor no se banca. ¿Sensación térmica? Cincuenta grados a la sombra. Volvemos a caminar y vuelvo a mi trabajo artístico de seducción traductora. El guía está tan lejos que apenas escucho lo que dice, a esta altura ya invento la mitad de lo que digo. Ella comienza a sospechar pero su sonrisa me dice que no importa. Esa sonrisa es de otro mundo. Me olvido por un segundo de Tikal, de Petén, de la selva, del guía, la excursión, de mis amigos y me concentro en unos labios que sonríen. Freno bajo la excusa de atarme los cordones, ella aguarda a mi lado. Me paro. Tengo la sensación de que la voy a cagar. No sé si es muy arriesgado o muy estúpido besarla luego de hacer el nudo pero ya es demasiado tarde. La beso y creo que estuve bien. Me equivoco. Su cara pálida así lo indica. Estoy incómodo. Ella sonríe y vuelve al grupo. Me siento estúpido. Venía bien y la cagué.
Florencia y Ernesto me confirman que se cansaron del guía. Nos separamos del grupo y hacemos nuestro propio recorrido. Pájaros por todos lados, mosquitos y mosquitos. Un mapa nos guía y aunque creo que estamos perdidos no es grave. Al fin y al cabo no deja de ser un parque rodeado de turistas irrumpiendo en la historia de una civilización que no le pertenece.  Nos ubicamos al observar la Torre IV, o Templo IV, la más grande. Florencia nos guía, tengo bruta sed. ¿Cómo mierda habrán hecho? No se puede levantar una ciudad de la nada. No se puede cortar una piedra de forma tan perfecta. Parece mentira, las reconstrucciones de las ruinas están en peores condiciones que las originales. 
-¿Subimos? –pregunta Florencia y comienza a escalar.
-Antes un pucho –respondo y Ernesto me pide un cigarro.
La energía de Florencia nos impulsa a seguirla ni bien encendemos los cigarrillos. La imagen decadente de Ernesto con el pucho en la boca mientras sube y mi transpiración pintando el pecho de la remera dando esporádicas pitadas no se corresponde con el aura mágica y natural del entorno. Un gordo gringo que desciende nos mira con ojos de a mi también me trajo mi mujer. Llegamos. Un tipo nos dice que no se puede fumar. Ernesto responde que no fuma con la colilla en la boca. Sentado a su lado, con pequeñas nubes en el horizonte que se mezclan con los árboles y las cúpulas de las torres, me doy cuenta. Nunca tuve amigos. Siento que Ernesto es lo más cercano al concepto que tengo y que Florencia es un oasis. Le pido a Florencia la foto, la miro, la guardo y les digo que la guardaré por un tiempo. Nuestro grupo aparece escalando hacia la cúspide. Al frente el guía, en la retaguardia la libanesa y a su lado el noruego gesticulando de forma exagerada.      


[1] Barrio residencial de Montevideo.

cuatro

Este tipo soy yo. Un manojo de incertidumbres existencialistas, producto digamos de la guerra que se vive en mi país desde hace cincuenta años. Primera generación de citadinos. Mis ancestros, incluso los que viven en ciudad, son y fueron campesinos, se les nota. Gente humilde, trabajadores algunos, los otros delincuentes. Crecí en un barrio mezquino y criminal como dice Fito. Escribo de donde vengo porque en definitiva, somos el resultado de nuestro pasado, de la forma en que vamos percibiendo la vida que nos ha tocado. Mi vida no la elegí yo.
Una vez en primaria tuvimos que hacer el famoso árbol genealógico pero yo sólo pude llegar hasta mi abuela. Nadie hablaba de la familia, era un tema vetado. Cuando tuve edad para entenderlo, y sobre todo cuando tuve valor de preguntarlo, descubrí cositas no tan agradables. Pienso en esto mientras vemos el videoclip de “El Hijo de Hernández”[1].
-Me va a dejar de gustar “El cuarteto” si lo siguen pasando en Sony. Dentro de poco estarán en MTV, y más adelante, haciendo cosas comerciales. Aunque no me los imagino usando ropita chick o haciendo videítos al estilo “La ley”[2]… ¿Me estás oyendo?
Ramiro estaba pero no estaba, su mirada fija en el tele. Sólo me miró pero no dijo nada.
-¿Qué le pasa compadre? –pregunto y no responde.
Mientras camina a la nevera voy haciendo zapping, la globalización da para todo, con excepción de un par de canales locales, todo es igual. Me detengo en un canal donde pasan videítos bacanos. Ramiro llega con una cerveza gigante en la mano.
-Bendito el día en que vendan de esas cervezotas en Colombia -¡Pille! Puro hip hop de blanquitos… a veces suena rico.
Durante un rato escuchamos un especial de Beastie Boys y Fort Minor. Aunque seguíamos en completo silencio, o sea, sin decir nada, yo sabia que algo le pasaba a mi amigo, lo conozco muy bien.
Sigo en lo mío con ese tipo de pensamientos insanos. Hace tiempo pensaba en convertirme en un asesino serial, lo pensaba cada día, pero era consciente de no ser capaz ni de matar un zancudo. De un tiempo para acá, la cosa al revés. Ya no pienso en matar, ni cómo, ni cuándo, pero sé que puedo hacerlo en cualquier momento.
Ramiro mira con esa miradita extraña, se va a su cuarto y regresa con una foto amarillenta, tomada con Polaroid. Una de esas que te dejan suspendido en el tiempo, me acomodo en el sofá y para disimular mi asombro le digo que se quite que no puedo ver el video. Una puta foto de los tres en la Universidad. En la frontera con Guatemala rumbo a  Tikal.


[1] Tema perteneciente al disco Bipolar (2009) del grupo uruguayo El cuarteto de Nos.
[2] Grupo de rock-pop chileno. 

tres

El silencio me invitaba a explicarle a Ernesto lo que sabía, necesitaba decirle pero no debía. Pizza y café, extraña conjunción, cualquiera diría que no había otra cosa y que teníamos un pedo de novela. Pero eso sería parcialmente injusto, en la heladera había un litro de cerveza y pan de molde un poco mohoso. Cuando lo conocí, estaba sentado en el patio del centro de estudios observando el culo de una niña mientras, a escondidas, bebía una lata de cerveza. Me sentí identificado al instante, aquella petiza tenía una silueta salida de un poema de Neruda.  
Cinco minutos más tarde, la petiza ya no estaba, pero seguía el desfile. No nos miramos a los ojos, ambos acompañábamos a los transeúntes desde el suelo y Ernesto me cedía la cerveza sin preguntar siquiera mi nombre. Comenzamos a hablar de fútbol y me dijo que nos habíamos comido cinco en Núñez. Entonces entendí que me confundía con un porteño y aclaré al instante que Gardel nació en Tacuarembó y Ramiro en Montevideo.
-¿Tacuarembó? –preguntó.  
-Tacuarembó es el corazón del Uruguay, pero sólo porque queda en el centro –respondí.
-Me llamo Ernesto y no me gusta el fútbol –dijo luego de escucharme media hora, en la que comenté desde el nacimiento de la vuelta olímpica hasta el mítico maracanazo.
Meses más tarde éramos inseparables y, cualquiera que no nos conociera, diría que éramos putos. De un lado a otro, cual pareja de enamorados, pasábamos el tiempo juntos lejos de nuestra tierra. Luego se sumó Florencia, y formamos un trío bárbaro hasta que Ernesto, fiel al mutuo acuerdo “o vos o yo, pero si tiene tetas la amistad no me rinde” improvisó una salida de la cual no formé parte. Luego de aquella salida, y por más que se esmeraran en no dejarme a un lado, me sentía bastante incómodo. Ya no podía cachetearle cariñosamente la nalga a Florencia, como solía hacerlo, un poco en broma y un poco enserio. Ni salir con Ernesto a romper la noche. Y, por más que juraban que entre ellos no había amor ni nada serio, eso era justamente lo que pasaba entre ellos.
Cuando pasó lo que pasó, Ernesto quedó hecho mierda y tuvimos que recurrir al veneno en la sangre para ocultar las heridas del alma. La distancia de Florencia, su huída silenciosa y amarga, nunca comprendida por Ernesto, no hacían más que acrecentar la soledad y la nostalgia de la patria. Quería volver a Colombia y lo hizo. Dejó todo, me saludó y se fue. Yo corté todo vínculo y me refugié en el estudio, al fin y al cabo, a eso había ido a Centroamérica. Cuando volvió al mes, me extrañó tanto su renovado ser, sin marcas de dolor, como su pronto regreso. No volvimos a hablar del pasado. Y menos de Florencia. El tiempo hizo lo suyo y el silencio fue cómplice en el eterno mundo circular de la mentira. Habían pasado muchos años, sin embargo, ahora, mientras comemos pizza y tomamos café, creo que es el momento justo para sincerarme y liberarme. Me voy a arrepentir, lo sé, pero debo contarle todo.

dos

Cuando desperté, serían las cuatro de la mañana, lo sé porque aún no había amanecido y siempre amanece luego de esa hora. Ernesto dormía acurrucado en la parada y yo descansaba recostado contra una publicidad de golosinas. Busqué en la campera los cigarros sin suerte. Sólo encontré el encendedor, entonces me acerqué un poco al cuerpo de mi amigo y le saqué la cajilla sin despertarlo. Al encender el pucho y observar la remera no pude dejar de sonreír. Aquello parecía un cuadro de Jackson Pollock, violencia de manchas por todos lados. Pero cuando aún sonriendo, acaricié mi mandíbula y sentí que un diente me bailaba, no me hizo tanta gracia.
             Lo que había comenzado como despedida estaba culminando en ruinas. Ernesto lejos del aeropuerto y yo desfigurado. Teníamos que volver a casa. Lo sabía. Pero estábamos en la otra punta de la ciudad y sin un mango. Aunque lo intentáramos, no había posibilidad de subirse a un tacho, no los culpo, yo tampoco levantaría a un par de vagos destruidos a esa hora de la mañana. Montevideo comenzaba a despertarse y nosotros allí, consumiendo las últimas horas del rencuentro en una parada de ómnibus, no era justo. Pero la justicia no llega con rezos y suplicios, directamente no llega.
Comencé a filosofar sobre la justicia y luego de media hora llegué a la conclusión de que no tenía ningún sentido filosofar sobre la justicia. Por suerte en ese instante Ernesto comenzó a dar signos de vida y se movió un poco. Debíamos regresar.
-¿Estás mejor? –dijo mientras volvía del sueño.
-Me aflojaron un diente –respondí.
-¿Qué hacemos?
-Una de dos. O esperamos un ómnibus o llamamos a un amigo que vive cerca, le pido algo de guita y me arreglo un poco. Si se te ocurre otra cosa te sigo.
-No joda mano, que frío tan arrecho.
-¿Qué decís?
- Ja ja, es que así hablan los santandereanos “Arrecha la joda mano”. Pero en serio, esta haciendo un frío muy bravo. ¿Cómo dicen aquí cuando se te están congelando los huesos?
-Se me están congelando los huesos.
-Je, qué tristeza loco, me tengo que ir y siento que me faltó tiempo. Démosle. Llama a tu amigo y le dices que todo bien, yo tengo plata en la casa.
Decidimos pasar primero por la farmacia a comprar analgésicos, la noche había sido todo un éxito, eso se comprueba por la magnitud del guayabo. Yo sentía que la cabeza me estallaba, no soportaba ni el humo del cigarro de Ramiro, que por cierto, fumaba del lado bueno de su boca. A esa hora de la madrugada la gente sale a correr, la gente normal, te miran con un gesto mezclado entre misericordia, tristeza, lastima y un no se que, y pues como no, era obvio, hasta las gafas oscuras se habían perdido en el barcito aquel. Los ojos rojos reventados y desviados.
A las dos horas finalmente llegamos. La casa todavía transpiraba parranda, vivíamos en un pisito que Ramiro tenía alquilado desde que en un arrebato tardío de rebeldía se había independizado. Por fortuna el amigo con quien Ramiro compartía el lugar andaba de vacaciones y tuve un sitio donde llegar a recargar baterías para continuar mi odisea por el sur. Ramiro y yo habíamos estudiado juntos en Centroamérica, fuimos buenos amigos desde el primer momento, quizás por que éramos los únicos suramericanos o por que teníamos algunos gustos muy afines y casi siempre coincidíamos en nuestras reacciones.
Éramos los únicos capaces de ir a surfear a Cleveland sin miedo a las infecciones, normalmente dispuestos a cualquier locura. Físicamente no es que gozáramos de una salud muy digna que digamos, pero al parecer nuestro recorrido por varios países nos había enseñado el maravilloso arte de auto recetarse y aguantar cualquier suerte de cosas por las que la gente digamos “normal” suele faltar al trabajo.   Ramiro siempre tuvo más suerte con las mujeres, quizás por su habladito raro medio argentino. Aunque esa confusión fuera para él, como para cualquier uruguayo, una ofensa mayúscula.
Finalmente estábamos coronando uno de mis sueños, conocer su país, invitación que me hacía cada vez que entre copas nos dábamos largas a viajar mentalmente cada uno a su origen. Un pedazo de pizza tiesa con un tintico a lo paisa nos va distrayendo el buche mientras vemos la tele, los dos, en completo silencio.

uno


            Una voz dulce y melancólica se acerca y me dice que me levante. Me levanto con la bronca hecha puño cerrado y la jeta sangrando por la piña cobarde, impune y perfecta. Porque fue perfecta, me dio y caí. Besé el pedregullo y la nariz, si es que aún la tengo, se hizo pomada. Tambaleo, quiero revancha, mis ojos buscan el agresor sin ganas de encontrarlo, con el instinto inerte del macho humillado en la esquina del barrio, su barrio. Recuerdo una canción lejana, su melodía pegadiza y nauseabunda, rocambolesca, pero no recuerdo la letra, el cantante, ni porque mierda estoy en el lugar que estoy.
Me cuentan mil con la ñata hinchada cual boxeador golpeado a pocos minutos de la última campana. Intento respirar y lo logro con la boca abierta. Jadeo y las pulsaciones se aceleran. Diviso una hermosa cara y la vergüenza me inunda de pánico.
-Me parece que te rompió la nariz –dice la belleza que me enfrenta. La de la voz dulce y melancólica. Respondo llevando mis manos al rostro y digo que no es nada.
-No duele, no duele… ¿vos bien? –logro esbozar mientras me doy cuenta que no tengo ni puta idea de a quién le estoy hablando.
-Sí… disculpa que salí rajando. Eran como veinte.
Entonces caigo, la hermosa joven tiene barba, pelito en el pecho y es Ernesto. Mi mejor amigo.

En ese momento, no supe si reír o llorar. Lo primero en estos casos suele ser más divertido, y, a pesar de ver a mi amigo con la jeta llena de sangre, empiezo a carcajear mientras Ramiro busca en su diccionario de insultos alguno apropiado para mi, quien además de huir dejándolo a merced de los skinhead, ahora se cagaba de risa.
No era precisamente ver esa nariz desbaratada lo que me daba risa, tampoco era una risa burletera; debo confesar que era mas bien una carcajada por haber salido ileso entre semejante jauría y la bobada natural después de unas cervezas y un porro.
Unas lucecitas pasajeras, azules y rojas, emergen lentamente desde el fondo de la calle y tampoco se qué es mejor, si quedarnos ahí para seguramente tener que dar por lo menos un reporte verbal a los policías, o hacernos los locos y alejarnos caminando piano. Íbamos calle abajo sin voltear a mirar para no llamar la atención intentando llegar a la avenida para tomar un taxi. Instintivamente voy buscando en mis bolsillos y sólo encuentro la moneda de un dólar que me acompaña desde hace años como moneda de la suerte. La aprieto y le agradezco por haberme salvado de la golpiza, pero al parecer la suerte no fue suficiente y descubro que no tengo ni un peso.
 -Ay marica, nos quedamos sin luca… ¿Cómo vamos a hacer? Estamos relejos.
Ramiro no decía nada porque además de los golpes en la cara, eran notables otras dolencias. El pánico va menguando y descubrir que las luces no eran de una patrulla, si no de un camión de basura, hace que después de un rato bastante agitado, por fin exhale un suspiro.

Al Lituano…


Solo intento escribir.
Hace tiempo dejé un comentario por ahí que decía algo así como: Poner letras en aparente orden lógico no significa saber escribir. Luego algunos días después leí algo que vino a encajar con esta idea: Saber correr no significa que seas un atleta. Al final de estas dos ideas salió: QUE SEPAS ESCRIBIR NO SIGNIFICA QUE SEAS ESCRITOR. Desde ese día pienso como el titulo de este pequeño fragmento de mi vida. Solo intento escribir.

No recuerdo la fecha exacta, quizás si miro mi pasaporte lo puedo ubicar. Recuerdo un vuelo desde El Salvador a Chile con conexión en Lima. Recuerdo que llevaba un cuaderno recién comprado para escribir a mano algo de un libro. Pensaba incluso que ese libro escrito a mano por mí, algún día sería muy valioso en alguna subasta. Soñar es gratis.

Durante el primer fragmento de vuelo estuve escribiendo asiduamente en este cuaderno hasta casi terminarlo. Creo que ni cuando estuve en el colegio había intentado tal proeza.
Ya en Lima mi vecino temporal y yo, recién conocidos, decidimos ir al área de fumadores para relajarnos y esperar cada quien su conexión. Él iba para Montevideo. El destino se encarga de poner en tu camino personas que si te das la oportunidad de tener una pequeña conversación, te pueden cambiar la vida entera. Este fue uno de esos casos.

Resultó ser que mi nuevo amigo Santiago González, era en gran medida todo lo que yo había soñado ser y que además teníamos muchísimos gustos en común en cuanto a cine, letras, música, mujeres y otras artes.
Fumamos algunos cigarros de tabaco negro sin filtro, tomamos unas cervezas y hablamos de lo que era un sueño en común: ser escritores. Su vida era como la vida perfecta o la vida que yo siempre hubiera querido.
Tiempo después recibí un correo electrónico con una propuesta muy interesante y sencilla. Como parte de un experimento literario el asunto era escribir un libro entre varias personas. Era como si cada personaje escribiera su parte.

El proyecto se quedó hasta donde lo publicaré debido primero a mis problemas económicos y otras situaciones algo molestas que no me dejaban fluir; y luego por parte de él a otros temas de índole familiar.
Me permito publicar las siguientes letras dejando claro que no todo es de mi autoría. Lo hago porque leer a mi amigo era todo un manjar literario y porque quisiera terminar este proyecto. Lo publico para darle vida.