No te asustes. No huyas. No es nada.
Y esto es tan inevitable como que seas mi primer sensación en las mañanas. No pretendo nada con escribirte al despertar, nada más que libertad. Si no escribo estoy en una celda y mis dedos atados con grilletes oxidados.
Déjame poner de vez en cuando unas cuantas letras para tu día, tu semana, tus noches. Sin pretensión alguna.
Aquí, en esta pequeña ventana aún nos tenemos. Aquí, en este espacio compartido, en esta grieta, aún existo. Déjame poder soltar entonces las letras que atan y mueren por ser puestas en algún lugar aunque sea infertil.
Déjame caer al precipicio de tus ojos. Deja que me pierda en el laberinto de tu voz. Déjame morir en tu aliento. Déjame renacer en tu cuerpo. Bendito templo de placer divino. El cielo y el infierno atrapados dentro de tu piel. Déjame ser dios en tu sexo.
Pergamino y lienzo siempre virgen, eso eres. Una pluma interminable, eterna fuente de sentimientos. Eterno festín de deseos.
Hoy te mandó unos buenos días sin beso.
Estas castigada con mi sufrimiento. Hoy tu boca debe sentir mi ausencia para que nunca se atreva a querer sentir otros labios. Hoy tu castigo es mi tortura. Hoy tu castigo es recordar mi lengua llevandote a la locura.
