La ventana abierta de mi alma vagabunda. Soy Yo.

La ventana abierta de mi alma vagabunda. Soy Yo.
Un poco de como se ve el mundo desde mis ojos.

domingo, 4 de diciembre de 2011

tres

El silencio me invitaba a explicarle a Ernesto lo que sabía, necesitaba decirle pero no debía. Pizza y café, extraña conjunción, cualquiera diría que no había otra cosa y que teníamos un pedo de novela. Pero eso sería parcialmente injusto, en la heladera había un litro de cerveza y pan de molde un poco mohoso. Cuando lo conocí, estaba sentado en el patio del centro de estudios observando el culo de una niña mientras, a escondidas, bebía una lata de cerveza. Me sentí identificado al instante, aquella petiza tenía una silueta salida de un poema de Neruda.  
Cinco minutos más tarde, la petiza ya no estaba, pero seguía el desfile. No nos miramos a los ojos, ambos acompañábamos a los transeúntes desde el suelo y Ernesto me cedía la cerveza sin preguntar siquiera mi nombre. Comenzamos a hablar de fútbol y me dijo que nos habíamos comido cinco en Núñez. Entonces entendí que me confundía con un porteño y aclaré al instante que Gardel nació en Tacuarembó y Ramiro en Montevideo.
-¿Tacuarembó? –preguntó.  
-Tacuarembó es el corazón del Uruguay, pero sólo porque queda en el centro –respondí.
-Me llamo Ernesto y no me gusta el fútbol –dijo luego de escucharme media hora, en la que comenté desde el nacimiento de la vuelta olímpica hasta el mítico maracanazo.
Meses más tarde éramos inseparables y, cualquiera que no nos conociera, diría que éramos putos. De un lado a otro, cual pareja de enamorados, pasábamos el tiempo juntos lejos de nuestra tierra. Luego se sumó Florencia, y formamos un trío bárbaro hasta que Ernesto, fiel al mutuo acuerdo “o vos o yo, pero si tiene tetas la amistad no me rinde” improvisó una salida de la cual no formé parte. Luego de aquella salida, y por más que se esmeraran en no dejarme a un lado, me sentía bastante incómodo. Ya no podía cachetearle cariñosamente la nalga a Florencia, como solía hacerlo, un poco en broma y un poco enserio. Ni salir con Ernesto a romper la noche. Y, por más que juraban que entre ellos no había amor ni nada serio, eso era justamente lo que pasaba entre ellos.
Cuando pasó lo que pasó, Ernesto quedó hecho mierda y tuvimos que recurrir al veneno en la sangre para ocultar las heridas del alma. La distancia de Florencia, su huída silenciosa y amarga, nunca comprendida por Ernesto, no hacían más que acrecentar la soledad y la nostalgia de la patria. Quería volver a Colombia y lo hizo. Dejó todo, me saludó y se fue. Yo corté todo vínculo y me refugié en el estudio, al fin y al cabo, a eso había ido a Centroamérica. Cuando volvió al mes, me extrañó tanto su renovado ser, sin marcas de dolor, como su pronto regreso. No volvimos a hablar del pasado. Y menos de Florencia. El tiempo hizo lo suyo y el silencio fue cómplice en el eterno mundo circular de la mentira. Habían pasado muchos años, sin embargo, ahora, mientras comemos pizza y tomamos café, creo que es el momento justo para sincerarme y liberarme. Me voy a arrepentir, lo sé, pero debo contarle todo.

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